...Y una luz se apaga. Mares perpetuos de una sombra opaca. Camina y tiembla, cual niño que quiere romper en llanto si no toma la mano de su amada madre. Ahogarse con el polvo de viejos libros en una estantería que nadie a conservado. Hacer del papel pedazos al rozarlo y cubrirte con la llama de un candil oxidado.
Buscar y no encontrar. Ansiar y nada más. No aparece y más buscar. Abandonar y salir a la espesa noche envuelto en ira y salado llanto de impotencia. Maldiciendo a todos los seres de la creación y a aquellos que jamás se dejan ver a los hombres. Maldiciendo su sangre y antepasados con ira y odio sin percatarse de su propia torpeza, pero si notándola.
Una fotografía que significa tanto... perdida. En un mar infinito de manuscritos resquebrajados, siendo el más nuevo cien años más anciano que su progenitor. Una fotografía de aquello que anheló y que se desvaneció en el océano del tiempo. En la tormenta de horas, minutos y segundos. En el huracán de una vida arrojada a la infinita niebla, tan espesa que ni los rayos de Sol pueden atravesar.
...Y muere ahogado por su soberbia. La prepotencia que lo ciega, niñito orgulloso que jamás reconoce un error. Y él mismo se mata palabra tras palabra, acto tras acto que dedica a culpar al mundo sin fijarse en el reflejo de su espejo. Y morirá así, pues su orgullo es tan grande, que toda la humildad que podía tener su alma la ha expulsado ahogada en lágrimas insolentes.
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