Observó en silencio sus manos pálidas. Temblaban más que sus propios ojos. Sus labios vibraban como queriendo articular un leve susurro, pero en realidad estaba a punto de romper en la pena y el llanto. El shock inicial parecía desvanecerse como la niebla matinal al amanecer de un día a finales de invierno. Un hormigueo recorría sus piernas que, poco a poco, despertaban cubiertas de guijarros de cristal. El sabor a sangre en su lengua era intenso y, al escupir, impregnó el salpicadero.
No sin dificultad, debido al intenso dolor de todo su cuerpo, soltó el cinturón que la mantenía pegada al asiento. Abrió la puerta tras varios empujones con las escasas fuerzas de las que disponían sus arañados brazos y se desplomó tras el último intento sobre la tierra y los matorrales. Poco a poco, se arrastró hasta un árbol, junto al que se sentó lentamente, apoyando la espalda en el tronco. Su cabeza daba vueltas y su visión era borrosa y oscura. Las fuerzas la abandonaban sin previo aviso.
El coche había quedado tan destrozado que tuvo que fijar bien sus ojos en él para reconocerlo entre la maleza. La puerta por la que había salido permanecía abierta y adentro se divisaba una silueta sobre el volante. Fijó su mirada en la silueta mientras todo tomaba formas reconocibles en la oscuridad. Poco a poco iba reconociendo los detalles, hasta fijarse en el rostro inerte que la miraba desde el asiento del piloto. Un grito de horror y agonía emergió de lo más profundo de su alma. Rompió en llanto y comenzó a arrastrarse de nuevo hacia el coche desesperada. El cuerpo parecía no dolerle, ahora el dolor era otro.
Respirando corta e intensamente, se sentó en el asiento del copiloto y abrazó el cuerpo que la miraba. Lloraba. Gritaba. Gemía de dolor, mientras unas sirenas se acercaban en la lejanía junto a luces azules que parpadeaban y el fuerte olor a ginebra comenzaba a adentrarse por sus fosas nasales, proveniente de los labios de su amado.
No sin dificultad, debido al intenso dolor de todo su cuerpo, soltó el cinturón que la mantenía pegada al asiento. Abrió la puerta tras varios empujones con las escasas fuerzas de las que disponían sus arañados brazos y se desplomó tras el último intento sobre la tierra y los matorrales. Poco a poco, se arrastró hasta un árbol, junto al que se sentó lentamente, apoyando la espalda en el tronco. Su cabeza daba vueltas y su visión era borrosa y oscura. Las fuerzas la abandonaban sin previo aviso.
El coche había quedado tan destrozado que tuvo que fijar bien sus ojos en él para reconocerlo entre la maleza. La puerta por la que había salido permanecía abierta y adentro se divisaba una silueta sobre el volante. Fijó su mirada en la silueta mientras todo tomaba formas reconocibles en la oscuridad. Poco a poco iba reconociendo los detalles, hasta fijarse en el rostro inerte que la miraba desde el asiento del piloto. Un grito de horror y agonía emergió de lo más profundo de su alma. Rompió en llanto y comenzó a arrastrarse de nuevo hacia el coche desesperada. El cuerpo parecía no dolerle, ahora el dolor era otro.
Respirando corta e intensamente, se sentó en el asiento del copiloto y abrazó el cuerpo que la miraba. Lloraba. Gritaba. Gemía de dolor, mientras unas sirenas se acercaban en la lejanía junto a luces azules que parpadeaban y el fuerte olor a ginebra comenzaba a adentrarse por sus fosas nasales, proveniente de los labios de su amado.
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