Al derrumbarse el mundo, un grito de rabia impotente destruyó los cielos y las llamas lo devoraron todo a su paso. No dejaron más que cenizas y polvo en este mundo marchito, teñido ahora de gris y negro. Las lágrimas que acariciaban los rostros de los inocentes hervían con el voraz calor de la ira.
- ¿Habéis visto lo que ha sucedido? - gritó al cielo una mujer
- ¿A quién señalas, necia? - le respondió una anciana
De rodillas todos llamaron al infinito, en súplica, por una ayuda que jamás llegaría. Habían destrozado su mundo y ahora nunca jamás lo recuperarían. Aquellos que avisaron del final se quitaron la vida sumidos en desesperanza y, tras ellos, los siguieron aquellos que con más reticencia los habían escuchado.
- ¿Ahora qué, mamá? - preguntó un niño
- Ojalá lo supiera, cariño - le respondió ella
¿Qué? ¿Qué podían hacer? ¿Qué debían hacer para reconstruir un mundo que habían consumido bebiendo su sangre y la de sus semejantes hasta extasiarse? Pero sobre todo, ¿por qué diablos no aceptaban que era culpa suya?
- ¿Ahora qué, mamá? - preguntó un niño
- Ojalá lo supiera, cariño - le respondió ella
¿Qué? ¿Qué podían hacer? ¿Qué debían hacer para reconstruir un mundo que habían consumido bebiendo su sangre y la de sus semejantes hasta extasiarse? Pero sobre todo, ¿por qué diablos no aceptaban que era culpa suya?
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