LA PANDILLA DE PABLO 2
[...]
- ¿Te importa si nos sentamos aquí, tío? – dijo el de la perilla.
- No. – respondió tímidamente.
- ¿Te mola el fútbol? - dijo una de las chicas.
- Sí. – volvió a responder.
- Estuvo bien el partido de ayer – dijo otra de las chicas.
- ¡Irene, cállate! – exclamó el rapado – Ese puto mono tenía que haber marcado el penalti, – añadió – pero no... Tuvo que fallarlo y solo quedamos 2 a 0.
- Debió marcar – dijo César – Lo tenía chupado.
- ¿Ves? Lo que yo decía – volvió a decir el rapado.
- Por cierto... – dijo la otra chica - ¿Tú quien eres?
- César, trabajo en “Deportes Faro” – respondió.
- Yo soy Pablo – dijo entonces el de la perilla – y ellos Rodri, Natalia, Eva y la hermana de Rodri, Irene.
- Encantado – contestó César sonriendo.
- ¿De qué parte eres de la ciudad? – preguntó Rodri.
- Del barrio de San Gabriel – respondió César.
- ¡No me jodas! – gritó Eva.
- Allí solo hay putas, moros, gitanos, drogatas y maricones – añadió Natalia.
- Vivo allí de alquiler – explicó – y nuestra economía no da para otra cosa.
- ¿Vives con tus viejos? – volvió a preguntar Rodri.
- ¿A qué viene tanta pregunta? – dijo César un tanto enfadado.
- Tranquilo, sólo queremos saber que tipo de persona eres – dijo Pablo.
- Lo siento, tengo que irme – dijo César tras mirar el reloj.
- ¿Sabes donde está el bar “León”? – volvió a preguntarle Pablo.
- No – respondió César - ¿Por qué?
- Solemos estar allí a menudo – respondió Pablo – Si quieres pasarte una tarde, ve al puerto y pregúntale a alguien por el bar.
- Vale, nos vemos – sentenció César y se marchó.
César fue hasta el portal del edificio donde vivía y permaneció allí sentado durante unas horas. Los gritos de una mujer provenientes de un piso al otro lado de la calle se introdujeron en su cabeza y le hicieron recordar las noches en las que Esteban maltrataba una y otra vez a su madre. Miraba entonces a su alrededor y veía la miseria de aquel barrio. Todas aquellas personas le repugnaban.
En torno a las siete y media de la tarde llegó Juani. Entraron ambos en casa y César se ocultó como de costumbre en su habitación. Estuvo dando vueltas en la cama una media hora, salió al salón para cenar y volvió de nuevo a su cuarto. Conectó su ordenador y jugó largo rato a su videojuego favorito.
Tropas aquí, tropas allá. Esa era su afición. Los gloriosos y legendarios legionarios romanos, las cargas de los caballeros medievales, los marines americanos… La guerra era su pasatiempo y pasión, aunque no llegaba a entender el porqué.
En torno a las 2 de la mañana despertó echado sobre su escritorio. Cuando acertó a decidir qué hacer, aún sumido en el sueño, bostezó y apagó el ordenador. Se puso en pié y seguidamente se acostó.
- Pablo, Natalia, Eva, Rodri,…e Irene – dijo entre susurros – Que personajes más extraños, aunque reconozco que esa tal Natalia no está nada mal.
En ese instante, cuando el sueño le vencía otra vez, un golpe sonó en el piso de arriba seguido de unos gritos en árabe. César se levantó y salió al balcón empuñando una navaja que tomó de uno de los cajones del escritorio. Alzó la vista hacia arriba y gritó:
- ¡Maldito moro hijo de la gran puta! – los gritos no cesaban - ¡Escoria, cierra tu apestosa boca de moro de los cojones!
- ¡Qué demonios! – gritó un hombre desde arriba y se asomó por la ventana.
- ¿No me has oído, payaso? – preguntó César.
- Tú a tu casa, niño – dijo el musulmán.
- Y tú a tu país, cabrón – respondió César – Eres tú el que sobra aquí.
- ¿Qué quieres? – continuó el hombre - ¿Quieres que baje y te de dos hostias?
- Chúpame los huevos, moro de mierda – respondió mostrando la navaja – Ahora guarda silencio si no quieres que suba y te haga en la polla lo mismo que hacéis en tu país a las mujeres en el coño.
César volvió a entrar y cerró el balcón. Guardó la navaja, anduvo por la habitación soltando maldiciones mientras el bullicio del piso superior se iba apagando. Volvió a acostarse y minutos después se durmió.
Al día siguiente de nuevo la rutina. Al despertar, Juani ya no estaba. Había salido antes para poder hacer unas horas extra. César se encaminó hacia el trabajo y allí pasó toda la mañana, como todas las de su aburrida rutina, hasta que salió y se encaminó al puerto.
Lo que decía, Violencia ;) Tengo buen ojo
ResponderEliminarSin duda alguna lo tienes Pauli
ResponderEliminarEspero que te guste también el resto de la historia. Deseo ojos críticos :-)