El Bar León
Gaviotas sobrevolando el puerto, pescadores blasfemando y riendo a carcajadas, barcos amarrados… Un lugar familiar, aunque muy distinto, al que César estaba acostumbrado a ir en sus inusuales paseos. Sólo el sosiego del sonido de las olas y el aroma a sal sosegaban su mente, ahora cúmulo de nervios.
Anduvo a lo largo del paseo marítimo, sin dejar de observar el mar infinito. Caminó y caminó hasta llegar a la entrada de una pequeña taberna. Tenía adornos de madera en las esquinas y cruzando la pequeña fachada, limpia y cuidada, la pared de cemento mal encalado y un pequeño porche totalmente de madera. Tenía una pequeña ventana con los cristales de diversos colores y un letrero junto a la entrada chapado en hierro negro en el que se podía leer claramente en letras blancas “Bar León” y, justo debajo y con letras muy pequeñas, “Desde 1992”.
Se disponía a entrar, cuando sonó su móvil desde el interior de su chaqueta. Lo tomó en su mano y descolgó sin comprobar de quien se trataba:
- ¿Sí? – respondió César
- ¿César? – preguntó una voz femenina.
- Sí, soy yo – miró la pantalla del móvil rápidamente y no reconoció el número - ¿Quién eres? No conozco este teléfono.
- Soy Cecilia – dijo la chica – la hija de tu jefe.
- Ah… - expresó César a desgana.
- Verás – comenzó a explicar – un tío de mi madre, que vivía en Burgos, ha muerto esta tarde y mis padres van a ir a su entierro.
- Ah… - volvió a espetar César, esta vez más sorprendido – Lo siento.
- Gracias – suspiró Cecilia – El caso es que mañana no estará mi padre en la tienda y me preguntaba sino te importaría quedarte un par de horas más para echarme una mano.
- Pues, no se… - dudó.
- Porfa… - insistió ella – Te pagaré las horas extra y te invitaré a comer.
- Es que no se si podré – aclaró César.
- Porfiii… - volvió a insistir.
- Está bien – cedió él algo enojado.
- ¡¿De veras?! – exclamó la chica – Muchas gracias.
- No hay de que – suspiró – hasta mañana.
- Hasta mañana – colgó.
César guardó su móvil dentro de la chaqueta de nuevo y abrió la puerta del local. Una vez dentro, pudo comprobar que era un bar distinto a todos los del puerto. No tenía adornos en honor al mar, ni nada que se le pareciese. Todo el interior estaba revestido de madera, tenía cuadros en blanco y negro en todas las paredes, un mapa físico de España a la derecha de la entrada y varias lámparas de hierro simulando ruedas de carro en el techo. A la derecha había sofás entorno algunas mesas y al fondo la entrada a los servicios. En el centro varias mesas más rodeadas de sillas de madera y, a la izquierda, se encontraba la barra. Esta tenía en su parte exterior varias réplicas perfectas de armas antiguas y sobre ella, en una esquina, varios montones de revistas y panfletos. Al fondo de esta, colgando de la pared, había una bandera española adornada con el escudo nacional y él águila imperial. El barman le miró un instante mientras limpiaba una gran jarra de cristal. Era un tipo muy corpulento, de unos treinta años, vestía un pantalón deportivo y una camiseta sin mangas. Llevaba los brazos casi totalmente cubiertos por tatuajes y lucía una corta y cuidada perilla negra. Tenía la cabeza afeitada al cero y se podían ver sobre su cráneo varias cicatrices.
César se adentró a paso lento sin dejar de observar el lugar y a las pocas personas presentes. Se arrimó a la barra y a los pocos segundos le atendió el barman:
- ¿Qué quieres, chaval? – le preguntó sonriente.
- Un tercio – respondió César.
- ¿Cruzcampo? – volvió a preguntar el barman.
- ¿Tienes “Estrella”? – preguntó César.
- Jajaja… - rió divertido - ¡Claro joder!
- ¿Qué es tan gracioso? – curioseó él algo enojado.
- Nada, tío, tranquilo – sonrió y dejó la botella frente a César – Muy poca gente pide buen “caldo” bien hecho en nuestra Región.
- Ah, Ok – dijo César tras esbozar una sonrisa.
- No te había visto nunca por aquí, ¿eres de fuera? – dijo el tipo.
- Hace más de diez años que vivo en Cartagena – explicó César – solo que no tengo por costumbre salir mucho.
- ¿De qué parte de “Cartago Nova” eres? – volvió a preguntar.
- De San Gabriel – respondió tras beber un gran trago de su cerveza.
- Jajaja… - soltó una sonora carcajada – Muy buena, no, no, en serio.
- Sería un buen chiste de no ser cierto – dijo César seriamente.
- Joder, tío… - suspiró el barman mientras abría otra botella – Perdona, no pretendía ofenderte. Es que, ese barrio…
- Es una puta mierda – interrumpió César tras beber de su botella – Putas, maricones, drogatas, moros, etcétera, etcétera
- ¿Cómo has acabado allí? – curioseó el barman.
- No tenemos dinero para algo mejor – explicó César – Cuando era pequeño mi padre murió en Kuwait en acto de servicio y… - suspiró – Bueno, es una larga historia.
- Así que tu padre murió en Kuwait – dijo sorprendido - ¿Fuego cruzado?
- No – César bajó la mirada – Un centinela que se confundió.
- ¿Tu padre era el Cabo Primero Rodríguez? – preguntó una vez el barman.
- Si – respondió él sorprendido - ¿Por qué?
- Para los patriotas que conocen su caso es un héroe – dijo sonriendo.
- Lo se… - suspiró.
- Y… - observó a César - ¿qué haces aquí?
- Tengo entendido que por aquí vienen “ciertas personas” – explicó él – Me invitaron y aquí estoy.
- ¿Quién? – preguntó con gran curiosidad.
- Pablo – sentenció César.
- ¿En serio? – sonrió el barman – Ese chaval es como mi hermano pequeño, tío.
- Ajá… - lo miró sorprendido.
- Por cierto – el barman extendió la mano – Soy Julián, pero mis colegas me llaman “El Copas”.
- Yo César – le estrechó la mano.
Un par de horas estuvieron conversando. Música, fútbol, mujeres… La taberna se fue llenando. Casi todos eran jóvenes de entre 15 y 30 años. Cervezas, güisqui, ginebra y mucho, muchísimo tabaco. Todos se conocían y, al entrar, lo observaban y cuchicheaban entre ellos entre risas y carcajadas. Entonces, le tocaron en el hombro y se giró para ver quien era:
- ¡¿Qué pasa, Cesi?! – gritó Rodri alzando el brazo y rodeándole el cuello amistosamente – Ya les dije a estos capullos que vendrías.
- ¿Qué tal? – preguntó sonriente César.
- ¡De puta madre, tío! – respondió Pablo – Acabamos de llegar de una reunión en Lorca y hemos pasado a tomar unas birras.
- ¿Y tú? – preguntó Eva - ¿Cuántas birras te has cepillado ya?
- ¡Qué más te da a ti! – espetó Rodri sonriente – La cuestión es que el dicho popular se cumple, ¿verdad, Cesi?
- ¿Qué dicho popular? – preguntó extrañado Pablo.
- ¡Dios los hace y ellos se unen! – gritó Rodri sonriente y orgulloso.
- ¡Menudo gilipollas! – rió Natalia – Es “Dios los cría y ellos se juntan”
- Jajaja… - rió Rodri - ¡Pues es verdad!
- César, quiero preguntarte algo – dijo Pablo.
- Dispara – sentenció César sonriendo.
- ¿Amas España? – preguntó directamente
- Jajaja, menuda pregunta – dijo César riendo.
- Respóndele que lo dice en serio – aclaró Irene sonriendo.
- ¡Pues claro, me cago en la puta! – gritó César poniéndose en pie.
- ¡Respetadme a éste! – dijo Julián a su espalda colocándole una mano en el hombro - ¡Aquí tenéis las cervezas!
- Máximo respeto, Copas – dijo Natalia cogiendo una cerveza.
- César – dijo Julián – ¿te importa que diga algo en tu honor a toda la taberna?
- ¿Cómo? – preguntó César extrañado - ¿El qué?
- Vamos, hombre – insistió – No será nada malo, camarada.
- ¡Eso! – volvió a gritar Rodri - ¡Qué lo diga! ¡Qué lo diga!
- No se… - dudó César sonriendo.
- ¡Vengaaaa! – insistieron todos sonriendo.
- Bueno, está bien – agachó la cabeza sonrojado.
- ¡¡Óle!! – aplaudieron todos.
- ¡¡A ver, pandilla de cabrones!! – gritó Rodri - ¡¡El Copas quiere decir algo!!
- Gracias, tío – sonrió Julián y miró a los presentes una vez atendieron - ¡Camaradas, tengo que hablar hoy de una persona que se encuentra entre nosotros!
- ¿El espíritu Santo? – soltó alguien entre la multitud y todos rieron.
- No, hombre, no – rió también Julián - ¡Hoy está aquí el hijo de un héroe!
- ¿El heredero secreto de José Antonio? – preguntó una chica y todos volvieron a reír airosamente.
- ¡Qué no, coño! – rió una vez más.
- ¿De quién hablas, Copas? – preguntó otra chica.
- ¡Hoy está aquí el hijo del Cabo Rodríguez caído en Kuwait! – todo el local se sumió en un silencio sepulcral.
- ¡Venga ya, Copas! – exclamó otro chaval - ¡Si ese vive en Andalucía!
- ¡Hace más de diez años que vive en Cartagena! – dijo señalando a César - ¡Y es este! ¡Tres vivas por los caídos por la patria!
- ¡Viva, viva, viva! – gritó todo el local al unísono ante la agradecida y sonriente mirada de César - ¡Viva España!
- ¡César! – gritó Pablo alzando el brazo y extendiendo la mano hacia César después - ¡Te doy la bienvenida con orgullo al Batallón Cartagena!
- Gracias, amigo – estrechó la mano de Pablo y le dio un amistoso abrazo.
- ¡Qué corra la cerveza! – ordenó Julián - ¡La próxima ronda invita la casa!
Uno a uno, todos los presentes se fueron acercando a saludar a César. Estrechaban su mano, se presentaban, mostraban su respeto hacia su padre… Esa noche, César se sintió el centro del Universo, único e intocable. Como nunca antes se había sentido. Las horas fueron pasando una a una sin que se diera cuenta:
- ¡Joder, tíos! – exclamó al mirar el reloj - ¡Me piro!
- ¡¿Dónde vas, Cesi?! – preguntó Natalia con cara de asombro.
- A casa, que mañana tengo que currar – explicó César.
- ¿Tienes todos nuestros números? – preguntó Pablo señalando su móvil.
- Sí, claro – sonrió César poniéndose la chaqueta – Os doy un toque en cuanto pueda y quedamos, ¿vale?
- ¡Vale! – gritó Natalia de nuevo.
- ¡Nos vemos tío! – exclamó sonriendo Rodri – Vigila tu espalda, que hay mucho rojo por ahí suelto acechando.
- Tranquilo – dijo César marchándose - ¡Adiós, tíos! ¡Adiós, Julián!
- ¡Adiós! – se despidieron todos.
Salió sonriente y feliz de la taberna. Suspiró y comenzó su camino de regreso a casa. Aunque no llegó ni tan siquiera a pensar en el largo trayecto que tenía que recorrer cuando ya se encontraba en la puerta de su edificio. Miró hacia la costa alegre y subió hasta su piso.
- ¿Dónde estabas, cielo? – preguntó Juani.
- Con unos amigos, mamá – respondió César cerrando la puerta.
- ¿Amigos? – Juani salió a su encuentro sonriente - ¿Te lo has pasado bien?
- Mucho, mamá – dijo mientras besaba a su madre en la mejilla.
- Me alegro mucho, cielo – sonrió Juani más ampliamente.
- Gracias – dijo alegre mientras se sentaba en el sofá – Mamá, mañana saldré dos horas más tarde del trabajo.
- ¿Por qué, cielo? – preguntó ella metiéndose en su habitación.
- Un tío de la mujer de mi jefe la ha palmado y Cecilia me ha pedido que me quede un par de horas más para ayudarle – explicó César.
- ¿Cecilia? – preguntó Juani asomando la cabeza desde su habitación y sonriendo.
- La hija de mi jefe, mamá – sonrió César sonrojado.
- ¡Vale, vale! – rió divertida ella – Bueno, cielo, no te acuestes tarde.
- Buenas noches, mamá – se despidió César.
- Buenas noches, cariño – le dijo ella.
Anduvo a lo largo del paseo marítimo, sin dejar de observar el mar infinito. Caminó y caminó hasta llegar a la entrada de una pequeña taberna. Tenía adornos de madera en las esquinas y cruzando la pequeña fachada, limpia y cuidada, la pared de cemento mal encalado y un pequeño porche totalmente de madera. Tenía una pequeña ventana con los cristales de diversos colores y un letrero junto a la entrada chapado en hierro negro en el que se podía leer claramente en letras blancas “Bar León” y, justo debajo y con letras muy pequeñas, “Desde 1992”.
Se disponía a entrar, cuando sonó su móvil desde el interior de su chaqueta. Lo tomó en su mano y descolgó sin comprobar de quien se trataba:
- ¿Sí? – respondió César
- ¿César? – preguntó una voz femenina.
- Sí, soy yo – miró la pantalla del móvil rápidamente y no reconoció el número - ¿Quién eres? No conozco este teléfono.
- Soy Cecilia – dijo la chica – la hija de tu jefe.
- Ah… - expresó César a desgana.
- Verás – comenzó a explicar – un tío de mi madre, que vivía en Burgos, ha muerto esta tarde y mis padres van a ir a su entierro.
- Ah… - volvió a espetar César, esta vez más sorprendido – Lo siento.
- Gracias – suspiró Cecilia – El caso es que mañana no estará mi padre en la tienda y me preguntaba sino te importaría quedarte un par de horas más para echarme una mano.
- Pues, no se… - dudó.
- Porfa… - insistió ella – Te pagaré las horas extra y te invitaré a comer.
- Es que no se si podré – aclaró César.
- Porfiii… - volvió a insistir.
- Está bien – cedió él algo enojado.
- ¡¿De veras?! – exclamó la chica – Muchas gracias.
- No hay de que – suspiró – hasta mañana.
- Hasta mañana – colgó.
César guardó su móvil dentro de la chaqueta de nuevo y abrió la puerta del local. Una vez dentro, pudo comprobar que era un bar distinto a todos los del puerto. No tenía adornos en honor al mar, ni nada que se le pareciese. Todo el interior estaba revestido de madera, tenía cuadros en blanco y negro en todas las paredes, un mapa físico de España a la derecha de la entrada y varias lámparas de hierro simulando ruedas de carro en el techo. A la derecha había sofás entorno algunas mesas y al fondo la entrada a los servicios. En el centro varias mesas más rodeadas de sillas de madera y, a la izquierda, se encontraba la barra. Esta tenía en su parte exterior varias réplicas perfectas de armas antiguas y sobre ella, en una esquina, varios montones de revistas y panfletos. Al fondo de esta, colgando de la pared, había una bandera española adornada con el escudo nacional y él águila imperial. El barman le miró un instante mientras limpiaba una gran jarra de cristal. Era un tipo muy corpulento, de unos treinta años, vestía un pantalón deportivo y una camiseta sin mangas. Llevaba los brazos casi totalmente cubiertos por tatuajes y lucía una corta y cuidada perilla negra. Tenía la cabeza afeitada al cero y se podían ver sobre su cráneo varias cicatrices.
César se adentró a paso lento sin dejar de observar el lugar y a las pocas personas presentes. Se arrimó a la barra y a los pocos segundos le atendió el barman:
- ¿Qué quieres, chaval? – le preguntó sonriente.
- Un tercio – respondió César.
- ¿Cruzcampo? – volvió a preguntar el barman.
- ¿Tienes “Estrella”? – preguntó César.
- Jajaja… - rió divertido - ¡Claro joder!
- ¿Qué es tan gracioso? – curioseó él algo enojado.
- Nada, tío, tranquilo – sonrió y dejó la botella frente a César – Muy poca gente pide buen “caldo” bien hecho en nuestra Región.
- Ah, Ok – dijo César tras esbozar una sonrisa.
- No te había visto nunca por aquí, ¿eres de fuera? – dijo el tipo.
- Hace más de diez años que vivo en Cartagena – explicó César – solo que no tengo por costumbre salir mucho.
- ¿De qué parte de “Cartago Nova” eres? – volvió a preguntar.
- De San Gabriel – respondió tras beber un gran trago de su cerveza.
- Jajaja… - soltó una sonora carcajada – Muy buena, no, no, en serio.
- Sería un buen chiste de no ser cierto – dijo César seriamente.
- Joder, tío… - suspiró el barman mientras abría otra botella – Perdona, no pretendía ofenderte. Es que, ese barrio…
- Es una puta mierda – interrumpió César tras beber de su botella – Putas, maricones, drogatas, moros, etcétera, etcétera
- ¿Cómo has acabado allí? – curioseó el barman.
- No tenemos dinero para algo mejor – explicó César – Cuando era pequeño mi padre murió en Kuwait en acto de servicio y… - suspiró – Bueno, es una larga historia.
- Así que tu padre murió en Kuwait – dijo sorprendido - ¿Fuego cruzado?
- No – César bajó la mirada – Un centinela que se confundió.
- ¿Tu padre era el Cabo Primero Rodríguez? – preguntó una vez el barman.
- Si – respondió él sorprendido - ¿Por qué?
- Para los patriotas que conocen su caso es un héroe – dijo sonriendo.
- Lo se… - suspiró.
- Y… - observó a César - ¿qué haces aquí?
- Tengo entendido que por aquí vienen “ciertas personas” – explicó él – Me invitaron y aquí estoy.
- ¿Quién? – preguntó con gran curiosidad.
- Pablo – sentenció César.
- ¿En serio? – sonrió el barman – Ese chaval es como mi hermano pequeño, tío.
- Ajá… - lo miró sorprendido.
- Por cierto – el barman extendió la mano – Soy Julián, pero mis colegas me llaman “El Copas”.
- Yo César – le estrechó la mano.
Un par de horas estuvieron conversando. Música, fútbol, mujeres… La taberna se fue llenando. Casi todos eran jóvenes de entre 15 y 30 años. Cervezas, güisqui, ginebra y mucho, muchísimo tabaco. Todos se conocían y, al entrar, lo observaban y cuchicheaban entre ellos entre risas y carcajadas. Entonces, le tocaron en el hombro y se giró para ver quien era:
- ¡¿Qué pasa, Cesi?! – gritó Rodri alzando el brazo y rodeándole el cuello amistosamente – Ya les dije a estos capullos que vendrías.
- ¿Qué tal? – preguntó sonriente César.
- ¡De puta madre, tío! – respondió Pablo – Acabamos de llegar de una reunión en Lorca y hemos pasado a tomar unas birras.
- ¿Y tú? – preguntó Eva - ¿Cuántas birras te has cepillado ya?
- ¡Qué más te da a ti! – espetó Rodri sonriente – La cuestión es que el dicho popular se cumple, ¿verdad, Cesi?
- ¿Qué dicho popular? – preguntó extrañado Pablo.
- ¡Dios los hace y ellos se unen! – gritó Rodri sonriente y orgulloso.
- ¡Menudo gilipollas! – rió Natalia – Es “Dios los cría y ellos se juntan”
- Jajaja… - rió Rodri - ¡Pues es verdad!
- César, quiero preguntarte algo – dijo Pablo.
- Dispara – sentenció César sonriendo.
- ¿Amas España? – preguntó directamente
- Jajaja, menuda pregunta – dijo César riendo.
- Respóndele que lo dice en serio – aclaró Irene sonriendo.
- ¡Pues claro, me cago en la puta! – gritó César poniéndose en pie.
- ¡Respetadme a éste! – dijo Julián a su espalda colocándole una mano en el hombro - ¡Aquí tenéis las cervezas!
- Máximo respeto, Copas – dijo Natalia cogiendo una cerveza.
- César – dijo Julián – ¿te importa que diga algo en tu honor a toda la taberna?
- ¿Cómo? – preguntó César extrañado - ¿El qué?
- Vamos, hombre – insistió – No será nada malo, camarada.
- ¡Eso! – volvió a gritar Rodri - ¡Qué lo diga! ¡Qué lo diga!
- No se… - dudó César sonriendo.
- ¡Vengaaaa! – insistieron todos sonriendo.
- Bueno, está bien – agachó la cabeza sonrojado.
- ¡¡Óle!! – aplaudieron todos.
- ¡¡A ver, pandilla de cabrones!! – gritó Rodri - ¡¡El Copas quiere decir algo!!
- Gracias, tío – sonrió Julián y miró a los presentes una vez atendieron - ¡Camaradas, tengo que hablar hoy de una persona que se encuentra entre nosotros!
- ¿El espíritu Santo? – soltó alguien entre la multitud y todos rieron.
- No, hombre, no – rió también Julián - ¡Hoy está aquí el hijo de un héroe!
- ¿El heredero secreto de José Antonio? – preguntó una chica y todos volvieron a reír airosamente.
- ¡Qué no, coño! – rió una vez más.
- ¿De quién hablas, Copas? – preguntó otra chica.
- ¡Hoy está aquí el hijo del Cabo Rodríguez caído en Kuwait! – todo el local se sumió en un silencio sepulcral.
- ¡Venga ya, Copas! – exclamó otro chaval - ¡Si ese vive en Andalucía!
- ¡Hace más de diez años que vive en Cartagena! – dijo señalando a César - ¡Y es este! ¡Tres vivas por los caídos por la patria!
- ¡Viva, viva, viva! – gritó todo el local al unísono ante la agradecida y sonriente mirada de César - ¡Viva España!
- ¡César! – gritó Pablo alzando el brazo y extendiendo la mano hacia César después - ¡Te doy la bienvenida con orgullo al Batallón Cartagena!
- Gracias, amigo – estrechó la mano de Pablo y le dio un amistoso abrazo.
- ¡Qué corra la cerveza! – ordenó Julián - ¡La próxima ronda invita la casa!
Uno a uno, todos los presentes se fueron acercando a saludar a César. Estrechaban su mano, se presentaban, mostraban su respeto hacia su padre… Esa noche, César se sintió el centro del Universo, único e intocable. Como nunca antes se había sentido. Las horas fueron pasando una a una sin que se diera cuenta:
- ¡Joder, tíos! – exclamó al mirar el reloj - ¡Me piro!
- ¡¿Dónde vas, Cesi?! – preguntó Natalia con cara de asombro.
- A casa, que mañana tengo que currar – explicó César.
- ¿Tienes todos nuestros números? – preguntó Pablo señalando su móvil.
- Sí, claro – sonrió César poniéndose la chaqueta – Os doy un toque en cuanto pueda y quedamos, ¿vale?
- ¡Vale! – gritó Natalia de nuevo.
- ¡Nos vemos tío! – exclamó sonriendo Rodri – Vigila tu espalda, que hay mucho rojo por ahí suelto acechando.
- Tranquilo – dijo César marchándose - ¡Adiós, tíos! ¡Adiós, Julián!
- ¡Adiós! – se despidieron todos.
Salió sonriente y feliz de la taberna. Suspiró y comenzó su camino de regreso a casa. Aunque no llegó ni tan siquiera a pensar en el largo trayecto que tenía que recorrer cuando ya se encontraba en la puerta de su edificio. Miró hacia la costa alegre y subió hasta su piso.
- ¿Dónde estabas, cielo? – preguntó Juani.
- Con unos amigos, mamá – respondió César cerrando la puerta.
- ¿Amigos? – Juani salió a su encuentro sonriente - ¿Te lo has pasado bien?
- Mucho, mamá – dijo mientras besaba a su madre en la mejilla.
- Me alegro mucho, cielo – sonrió Juani más ampliamente.
- Gracias – dijo alegre mientras se sentaba en el sofá – Mamá, mañana saldré dos horas más tarde del trabajo.
- ¿Por qué, cielo? – preguntó ella metiéndose en su habitación.
- Un tío de la mujer de mi jefe la ha palmado y Cecilia me ha pedido que me quede un par de horas más para ayudarle – explicó César.
- ¿Cecilia? – preguntó Juani asomando la cabeza desde su habitación y sonriendo.
- La hija de mi jefe, mamá – sonrió César sonrojado.
- ¡Vale, vale! – rió divertida ella – Bueno, cielo, no te acuestes tarde.
- Buenas noches, mamá – se despidió César.
- Buenas noches, cariño – le dijo ella.
¿Cómo acabará esto?
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